jueves

Chichén Itzá


En cuanto llegué del viaje tuve la urgencia de hablar con Don Manuel, aunque dejé pasar unos días para asentar mi cabeza y poner en orden las experiencias que había vivido. Finalmente, decidí hablarle aunque no tenia en claro mis interiores, pero con la certeza de que con él pudiera resolverlos. No podía esperar hasta que acordáramos una reunión. Tanto sus viajes como mis compromisos de trabajo nos lo dificultaban. Esta vez nuestra conversación tuvo que ser por teléfono, muy a mi pesar pero con el mismo gusto de siempre.
—Hola, ¿cómo estás? —Su tono era sereno y su voz y dicción muy clara como de costumbre. Siempre he pensado que esa alerta tranquilidad es producto de alguna actividad a la que le dedica tiempo y que me mata de curiosidad no saber.

—Hola Don Manuel, con mucho gusto de saludarlo. ¿Cómo está? —Me sentí un poco tonto con esa pregunta. Es una pérdida de tiempo hacer preguntas tan triviales cuando se tiene la posibilidad de hacer otras mucho más ricas para un personaje como él. Presentí que la interrogante le sorprendió, ya que me contestó con otras cuestiones igualmente triviales. Pérdida de tiempo.

Antes de llegar a esos silencios que indican que no se está platicando lo correcto, le expuse emocionado lo que tanto quería contarle.

—Don Manuel, por fin pude ver los volcanes, por fin.

— ¿De cuales volcanes me hablas?

— ¡Del Popo y el Itza!

— ¡Ah, qué bien! ¡Felicidades! —y de una persona atípica, salió una pregunta atípica—. ¿Y qué te dijeron?

Su pregunta me trajo a la memoria los volcanes vistos a través de la ventana del avión.

—El Popo es un palacio Don Manuel, y no me refiero a lo bello. El Popo se comporta como un palacio.

— ¿Te refieres a que lo viste(1) como palacio?

—Claro. Lo otro que vi es que está activo. Tiene una vinculación con el sol que no había visto en ninguna otra parte. Es algo elevadísimo, así Don Manuel, con letras mayúsculas.

—Sí, seguramente no verás otra autoridad como la del Popo.

—El Popo esta aquí pero a la vez en otra parte.

—Sí, lo que viste es que el Popo trabaja con fuerzas que no son de este mundo, por eso tiene esa cualidad. Aquí aplica muy bien al volcán el dicho que “eres lo que comes”. Son fuerzas puras en extremo, de un elevadísimo nivel.

—Exacto.

— ¿Y del Izta? ¿Viste algo?

—No, fíjese que no. El Izta es muy diferente. Es curioso, pero a pesar de su innegable singularidad, que solo el Popo le puede hacer par, todo lo que le puedo decir es que el Izta está en un “proceso”. Es bellísimo, es enorme, es blanco, pero está “en un proceso”.

—Bueno, vas a ocupar más tiempo de observación del Izta para desentrañar a mayor profundidad. Pero en parte estás en lo correcto con tu aseveración —El sentido de sus palabras me hicieron sospechar que sabía mas, pero como era la costumbre, no ayudaba hasta que tenía la certeza de se había hecho el mayor y total de los esfuerzos por comprender algo.

Claro y contundente su consejo. No hubo más, ni tampoco quise abundar en algo que había quedado claro.

— ¡Pero cuéntame más! ¿Finalmente que sucedió en Chichén Itzá?

En mi visita a Chichén Itzá la experiencia había sido distinta. Estaba renuente a pensar que había sido un fracaso el trabajo de ver. Pensé que al final de la jornada le escribiría un correo contándole maravillosos detalles de ver a la Pirámide de Kukulcán o el Observatorio. Pero lo que atiné hacer fue solo describirle aspectos estéticos, y además de forma muy breve, para darle a entender que en una plática posterior le diría todo. Pero la verdad era que quería tiempo para darle vueltas en mi cabeza la experiencia vivida y así tener tiempo para entenderla.

—Sinceramente, creo que no pude ver.

—Dime mas —me indicó con voz que denotaba un interés sincero y cortés.

—Desde que iba en el camión rumbo a Chichén Itzá noté que no había montañas ni cerros, así que desde ahí se me dificultó iniciar el ejercicio. Luego la vegetación. No era la que esperaba, y por lo mismo no pude iniciar el ejercicio que normalmente se facilita al atender con la vista a las hojas y el follaje.

—Sí, ya sé que por allá es muy diferente la vegetación a lo que has visto hasta ahora. ¿Sabes que creo sucedió? Tú solo te limitaste, te negaste a ver, y tenías una puerta justamente frente a tus ojos. La viste pero no la viste. Lástima.

— ¿A qué se refiere?

—Me refiero a lo que me escribiste recién llegaste de Chichén Itzá ¿Que no me escribiste tanto en tu correo sobre el color blanco? ¿No decías eso de que “que fortuna para un lugar donde hay tanto sol exista tanta piedra blanca? ¿No me decías que no dejabas de ver el suelo blanco? ¿Que lo mirabas y que te producía algo? Comentaste que es este suelo blanco lo que tanto le da carácter a Chichén —se quedó a la espera de una respuesta rápida.

—Sí —contestando, me sentí apenado.

—Debiste haber iniciado el ver primero con el suelo. Si tanto era la atracción que sentiste al suelo blanco, la cantera blanca que está expuesta por aquí y por allá en Chichén, por ahí debiste de haber entrado.

Sus palabras tenían lógica, por lo menos para realizar un nuevo intento. En Chichén destiné buena parte de mi atención a la cantera blanca que se asomaba por muchas partes. En momentos pareciera que me encontrara a solo metros de alguna playa de blanca arena, pero no era así. Había una similitud entre lo accidentado del relieve de la roca expuesta de los yacimientos naturales y los frisos de los edificios. Pareciera que el escultor quiso reproducir en los frisos esta accidentalidad de manera geométrica, o que la roca expuesta en el suelo eran los restos de algún trabajado friso ya derruido y desgastado por el tiempo.

Don Manuel me sintió absorto en el otro lado de la línea y se mostró respetuoso a ese silencio.

—Piénsalo. Las imágenes aun las tienes frescas. Trata de ver aunque sea solo con las imágenes en tu memoria. Eso te va a ayudar a saber si digo o no lo correcto.

—Si —atiné a decir automáticamente mientras asimilaba lo que me acababa de decir.

—Anda, luego hablamos o me escribes un correo, que aunque ya se revisarlo sabes que prefiero vernos. Si no se puede por lo menos platicamos como ahora.

—Bien Don Manuel, me dio mucho gusto saludarlo.

—Igualmente, y haz lo que te digo pronto —cortésmente, sabía que su indicación era que lo hiciera de inmediato.

—Bien, gracias y saludos.

—Saludos.

Colgué el teléfono pero me mantuve en la misma postura, reclinado con mis brazos sobre las piernas, con la vista perdida en el piso. Cerré los ojos y recordé cuando estuve en Chichén Itzá frente al edificio conocido como La Iglesia, con su suelo tan blanco que realzaba al conjunto. Y ver el suelo fue ver a Chichén y ver sus edificaciones. Y vi que el suelo estaba impregnado de toda la belleza de Chichén y que todos los edificios estaban en él. Vi que los arboles estaban amarrados, más que al sol, al suelo. Que eran los troncos, más que al follaje, lo que yo tenía que ver. Chichén estaba indisolublemente amarrado al suelo. No solo utilizó el material blanco para construirse, sino que sus arquitectos reconocieron la relación del sol con la piedra caliza y esta relación la subieron allá arriba en las pirámides. Y que de todas estas pirámides, la de Kukulcán se sentía ajena a su propio lugar, vigilante de sus alrededores, algo atemorizada del resto de los edificios que habían bebido de las mismas fuentes de la naturaleza que dan forma a todas aquellas culturas del mundo reconocidas por su sabiduría, refinamiento y elegancia.

(1) Para entender el sentido que se da al verbo ver en este escrito, favor de leer las entradas de este Blog tituladas “Mas que una pirámide” y “Aprendiendo a mirar”.

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jueves

Chichén Itzá


En cuanto llegué del viaje tuve la urgencia de hablar con Don Manuel, aunque dejé pasar unos días para asentar mi cabeza y poner en orden las experiencias que había vivido. Finalmente, decidí hablarle aunque no tenia en claro mis interiores, pero con la certeza de que con él pudiera resolverlos. No podía esperar hasta que acordáramos una reunión. Tanto sus viajes como mis compromisos de trabajo nos lo dificultaban. Esta vez nuestra conversación tuvo que ser por teléfono, muy a mi pesar pero con el mismo gusto de siempre.
—Hola, ¿cómo estás? —Su tono era sereno y su voz y dicción muy clara como de costumbre. Siempre he pensado que esa alerta tranquilidad es producto de alguna actividad a la que le dedica tiempo y que me mata de curiosidad no saber.

—Hola Don Manuel, con mucho gusto de saludarlo. ¿Cómo está? —Me sentí un poco tonto con esa pregunta. Es una pérdida de tiempo hacer preguntas tan triviales cuando se tiene la posibilidad de hacer otras mucho más ricas para un personaje como él. Presentí que la interrogante le sorprendió, ya que me contestó con otras cuestiones igualmente triviales. Pérdida de tiempo.

Antes de llegar a esos silencios que indican que no se está platicando lo correcto, le expuse emocionado lo que tanto quería contarle.

—Don Manuel, por fin pude ver los volcanes, por fin.

— ¿De cuales volcanes me hablas?

— ¡Del Popo y el Itza!

— ¡Ah, qué bien! ¡Felicidades! —y de una persona atípica, salió una pregunta atípica—. ¿Y qué te dijeron?

Su pregunta me trajo a la memoria los volcanes vistos a través de la ventana del avión.

—El Popo es un palacio Don Manuel, y no me refiero a lo bello. El Popo se comporta como un palacio.

— ¿Te refieres a que lo viste(1) como palacio?

—Claro. Lo otro que vi es que está activo. Tiene una vinculación con el sol que no había visto en ninguna otra parte. Es algo elevadísimo, así Don Manuel, con letras mayúsculas.

—Sí, seguramente no verás otra autoridad como la del Popo.

—El Popo esta aquí pero a la vez en otra parte.

—Sí, lo que viste es que el Popo trabaja con fuerzas que no son de este mundo, por eso tiene esa cualidad. Aquí aplica muy bien al volcán el dicho que “eres lo que comes”. Son fuerzas puras en extremo, de un elevadísimo nivel.

—Exacto.

— ¿Y del Izta? ¿Viste algo?

—No, fíjese que no. El Izta es muy diferente. Es curioso, pero a pesar de su innegable singularidad, que solo el Popo le puede hacer par, todo lo que le puedo decir es que el Izta está en un “proceso”. Es bellísimo, es enorme, es blanco, pero está “en un proceso”.

—Bueno, vas a ocupar más tiempo de observación del Izta para desentrañar a mayor profundidad. Pero en parte estás en lo correcto con tu aseveración —El sentido de sus palabras me hicieron sospechar que sabía mas, pero como era la costumbre, no ayudaba hasta que tenía la certeza de se había hecho el mayor y total de los esfuerzos por comprender algo.

Claro y contundente su consejo. No hubo más, ni tampoco quise abundar en algo que había quedado claro.

— ¡Pero cuéntame más! ¿Finalmente que sucedió en Chichén Itzá?

En mi visita a Chichén Itzá la experiencia había sido distinta. Estaba renuente a pensar que había sido un fracaso el trabajo de ver. Pensé que al final de la jornada le escribiría un correo contándole maravillosos detalles de ver a la Pirámide de Kukulcán o el Observatorio. Pero lo que atiné hacer fue solo describirle aspectos estéticos, y además de forma muy breve, para darle a entender que en una plática posterior le diría todo. Pero la verdad era que quería tiempo para darle vueltas en mi cabeza la experiencia vivida y así tener tiempo para entenderla.

—Sinceramente, creo que no pude ver.

—Dime mas —me indicó con voz que denotaba un interés sincero y cortés.

—Desde que iba en el camión rumbo a Chichén Itzá noté que no había montañas ni cerros, así que desde ahí se me dificultó iniciar el ejercicio. Luego la vegetación. No era la que esperaba, y por lo mismo no pude iniciar el ejercicio que normalmente se facilita al atender con la vista a las hojas y el follaje.

—Sí, ya sé que por allá es muy diferente la vegetación a lo que has visto hasta ahora. ¿Sabes que creo sucedió? Tú solo te limitaste, te negaste a ver, y tenías una puerta justamente frente a tus ojos. La viste pero no la viste. Lástima.

— ¿A qué se refiere?

—Me refiero a lo que me escribiste recién llegaste de Chichén Itzá ¿Que no me escribiste tanto en tu correo sobre el color blanco? ¿No decías eso de que “que fortuna para un lugar donde hay tanto sol exista tanta piedra blanca? ¿No me decías que no dejabas de ver el suelo blanco? ¿Que lo mirabas y que te producía algo? Comentaste que es este suelo blanco lo que tanto le da carácter a Chichén —se quedó a la espera de una respuesta rápida.

—Sí —contestando, me sentí apenado.

—Debiste haber iniciado el ver primero con el suelo. Si tanto era la atracción que sentiste al suelo blanco, la cantera blanca que está expuesta por aquí y por allá en Chichén, por ahí debiste de haber entrado.

Sus palabras tenían lógica, por lo menos para realizar un nuevo intento. En Chichén destiné buena parte de mi atención a la cantera blanca que se asomaba por muchas partes. En momentos pareciera que me encontrara a solo metros de alguna playa de blanca arena, pero no era así. Había una similitud entre lo accidentado del relieve de la roca expuesta de los yacimientos naturales y los frisos de los edificios. Pareciera que el escultor quiso reproducir en los frisos esta accidentalidad de manera geométrica, o que la roca expuesta en el suelo eran los restos de algún trabajado friso ya derruido y desgastado por el tiempo.

Don Manuel me sintió absorto en el otro lado de la línea y se mostró respetuoso a ese silencio.

—Piénsalo. Las imágenes aun las tienes frescas. Trata de ver aunque sea solo con las imágenes en tu memoria. Eso te va a ayudar a saber si digo o no lo correcto.

—Si —atiné a decir automáticamente mientras asimilaba lo que me acababa de decir.

—Anda, luego hablamos o me escribes un correo, que aunque ya se revisarlo sabes que prefiero vernos. Si no se puede por lo menos platicamos como ahora.

—Bien Don Manuel, me dio mucho gusto saludarlo.

—Igualmente, y haz lo que te digo pronto —cortésmente, sabía que su indicación era que lo hiciera de inmediato.

—Bien, gracias y saludos.

—Saludos.

Colgué el teléfono pero me mantuve en la misma postura, reclinado con mis brazos sobre las piernas, con la vista perdida en el piso. Cerré los ojos y recordé cuando estuve en Chichén Itzá frente al edificio conocido como La Iglesia, con su suelo tan blanco que realzaba al conjunto. Y ver el suelo fue ver a Chichén y ver sus edificaciones. Y vi que el suelo estaba impregnado de toda la belleza de Chichén y que todos los edificios estaban en él. Vi que los arboles estaban amarrados, más que al sol, al suelo. Que eran los troncos, más que al follaje, lo que yo tenía que ver. Chichén estaba indisolublemente amarrado al suelo. No solo utilizó el material blanco para construirse, sino que sus arquitectos reconocieron la relación del sol con la piedra caliza y esta relación la subieron allá arriba en las pirámides. Y que de todas estas pirámides, la de Kukulcán se sentía ajena a su propio lugar, vigilante de sus alrededores, algo atemorizada del resto de los edificios que habían bebido de las mismas fuentes de la naturaleza que dan forma a todas aquellas culturas del mundo reconocidas por su sabiduría, refinamiento y elegancia.

(1) Para entender el sentido que se da al verbo ver en este escrito, favor de leer las entradas de este Blog tituladas “Mas que una pirámide” y “Aprendiendo a mirar”.

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